John Lennon compuso ‘Imagine, su mayor regalo musical al mundo, una mañana de principios de 1971 en su habitación de Ascot, la propiedad que tenía en Tittenhurst, Inglaterra. Su mujer, Yoko Ono, le observó sentarse ante el gran piano blanco que tenían en casa (ahora famoso gracias a las películas y las fotografías de las sesiones de grabación del álbum Imagine) y terminar la canción: la serena melodía; esa irresistible figura de cuatro notas; y prácticamente la letra completa, veintidós versos que, en términos sencillos y de enorme belleza, hablan de la fe en la posibilidad de que un mundo unido por la imaginación y por un objetivo pueda cambiarse a sí mismo.
“No es que pensara: ‘Esto puede ser un himno”, dijo Ono recordando esa mañana años más tarde. “Imagine era lo que John creía, que todos somos un país, un mundo, una misma persona. Quería transmitir esa idea”.
La idea no era sólo suya: el arte de Ono también celebraba el poder de los sueños. El primer verso de Imagine (“Imagine There’s No Heaven” [Imagina que no hay cielo]) desciente directamente de un libro de Ono de 1964, Grapefruit (en el que decía “imagina un pez de colores nadando por el cielo”). Pero Lennon, como buen ex Beatle, era un experto en las imágines populares. Una vez admitió que Imagine era, prácticamente, El manifiesto comunista. Pero la belleza elemental de esta melodía, la calidez de su voz y el toque poético del coproductor Phil Spector enfatizaron la profunda humanidad de la canción.
Lennon sabía que había escrito algo especial. En una de sus últimas entrevistas declaró que Imagine era tan buena como cualquier canción que hubiera escrito con los Beatles. Nosotros sabemos que es aún mejor: un himno imperecedero que nos ha ayudado a superar momentos de gran dolor, desde el asesinato del propio Lennon en 1980 hasta el horror inombrable del 11-s. Es imposible imaginar un mundo sin Imagine. Y la necesitamos más de lo que nunca soñamos.